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A convalecientes que sufren una recaída. Al cónyuge que ha perdido al otro. Cuando se pasa por un periodo prolongado de desempleo. A hijos de padres divorciados que van de uno a otro progenitor. Ancianos olvidados en una residencia geriátrica. A personas que tienen poca fe. A las personas que ponen todo en tela de juicio. A niños que se han vuelto miedosos y se han desilusionado por pequeños fracasos escolares. A personas trasnochadoras, propensas a no dormir. A obesos desmoralizados que no duran más de una semana en el plan de bajar de peso. A pacientes que cambian fácilmente de terapeuta y/o abandonan terapias a la primera recaída. A personas que se tropiezan con facilidad. Tristeza por causa conocida, como pérdida del empleo, de dinero, etc. A personas que absorben energías de otros. A terapeutas cuando las recaídas de sus pacientes los desaniman, sienten que han fracasado, y llegan a dudar de la eficacia de las flores.
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